La fantasmagoría de salir de la pobreza

En estos últimos días de agosto, hemos visto la presencia del vocero de la presidencia Roberto Rodríguez Marchena en varios medios de comunicación. Esto con la finalidad de “celebrar” el cumplimiento de los tres primeros años de gobierno de Danilo Medina y la promoción de los logros, según su punto de vista.

De todos los éxitos vitoreados, me ocupa el pomposo anuncio de que 583,823 personas han logrado salir de la pobreza en el espacio comprendido entre 2012 y 2015. No voy a discutir si la cifra es cierta, si fue correcto el nivel de confianza de la encuesta, si la hipótesis nula estuvo bien planteada o cualquier otra minucia estadística. Eso es lo de menos. Mi interés se centra en lo que celebra Marchena y no me importa si son 100 mil o sea un millón.  

Por eso primero quiero explicar: ¿qué significa salir de la pobreza? Hagamos un poco de historia. Luego de décadas de contar pobres con diferentes metodologías, con contradicciones entre academia y gobierno, e incluso dentro de las instituciones del gobierno, en el año 2012 se adoptó una metodología única, comparable con otros países de América Latina y que ayudaría a establecer series estadísticas que ayudaran a medir impactos de las políticas entre otras cosas. Vamos a decir que fue un paso de “avance”.

Bueno ¿y qué fue lo que se hizo?, se logró fijar un mínimo del requerimiento nutricional y a partir de allí calcular el costo de ese mínimo de acuerdo a lo que la gente (según la ENIGH 2007) suele comprar. Ese costo de lo que cada persona necesita para vivir (yo digo que para no morir) es lo que se llama línea de pobreza extrema. Cuando a ese mínimo se le integra el costo de algunos bienes “no básicos”, entonces se obtiene la línea de pobreza total. Cada cierto tiempo ese monto mínimo se actualiza de acuerdo a la inflación.

Pero, a ver… ¿De cuánto estamos hablando? Pues fíjese que actualmente la línea de pobreza extrema, si usted vive en la ciudad es de RD$2,130 y si vive en el campo RD$2,041 (per cápita es decir, por cada persona y al mes). La línea de pobreza total se define para la ciudad con RD$4,730 mensuales y si es en el campo, RD$4,211.

¿Esto qué quiere decir? Si usted vive en un hogar de 4 personas y le entran 18,900 pesos al mes, usted es pobre. Cada persona de su hogar “gana” 4,725 pesos mensuales, que es menos que el umbral establecido. Pero si por un “golpe de suerte” ahora en vez de ganar 18,900 de repente ganan 18,920, ¡zas! ¡Milagro! Ya usted no es pobre.

Esto es lo que pomposamente celebramos. Evidentemente que los aumentos del ingreso real (como lo describe el Informe de la evolución de la pobreza 2014 del MEPYD) no necesariamente tengan la proporción que describo. Pero es una manera de ilustrar la ridiculez de hacernos de logros basados en una visión minimalista de la pobreza.

Ese es el centro, ese es el meollo del asunto. Nos han hecho creer (y meternos en la basura discusión de que si son 500 mil o 300 mil) que la decisión de elegir los indicadores “comparables” es una simple cuestión técnica. Pero esas decisiones son políticas, son ideológicas y va siendo hora de que hablemos y discutamos sin los eufemismos que han desencarnado el discurso de la lucha de clases y las raíces reales de la pobreza.

Se ha montado una concepción de pobreza basada en el discurso liberal, que concibe este fenómeno como el producto de conductas inadecuadas y deficiencias de la persona (y elimina los efectos estructurales). A partir de esto las políticas se orientan sobre todo en la reasignación de activos para que los pobres puedan participar en el mercado (por ejemplo solidaridad y su tarjeta “visa”).

De esa manera el alegato, que se enmarcan dentro de esta concepción, responde a ese enfoque minimalista del umbral trazado (la línea de pobreza) y el ejercicio de las políticas se vuelve un juego con la nariz tapada en la búsqueda del monto exacto que es necesario “superar” para combatir la pobreza. Pero el contexto se queda intacto y la gente mira al cielo preguntando como es que 20 pesos de repente hacen que ya no sea pobre.

Nos han plagado de las categorías “pobre I” “pobre II” y no pobre. Y ya de repente no hay ricos y por tanto no hay explotación y por tanto el mundo del trabajo no tiene nada que ver con la pobreza y por eso el Estado entra (con solidaridad, PYMES y demás curitas) a empujar hacia el mercado a esos “daños colaterales” que no fueron capaces de entrar por si solos. Y así la pobreza se resuelve una vez que son capaces de consumir ese mínimo que hemos establecido en el umbral.

Cuando sumamos los 20 pesos la situación de la familia sigue siendo exactamente la misma. Solo que se ha complacido ese mínimo biológico que le hace traspasar el umbral y esa familia deja de ser un problema social.

Este discurso es una legitimación de la desigualdad dado que acepta como bueno y válido (ahora que con sus 18,920 pesos ya son “no pobres”) su subsistencia con esas nuevas condiciones a sabiendas de lo lejos que se encuentra (aun estando por encima del umbral) de, por ejemplo su patrón o patrona (miembro/a posiblemente de COOPARDOM o CONEP o ANJE o AIH) y sin cuestionar para nada la repartición de los excedentes de la producción.

Por eso no deberíamos celebrar ni anunciar con alegría a esas nuevas 500 mil personas no pobres que de seguro siguen viviendo en los mismos territorios excluidos de todo derecho y envueltos en la misma trampa que produce y reproduce pobreza.

Es nuestro deber si realmente queremos comenzar a revolucionar los hechos revolucionar las palabras y exiliar ese lenguaje aparentemente “aséptico” y “limpio” de ideologías. Lenguaje precisamente hace hegemónica la tendencia de pensamiento de que es natural la pobreza y necesaria la desigualdad. Y normaliza que esos 500 mil junto con los otros 3 millones que quedan tengan solo lo mínimo y nos convence de que son pobres por haber tomado decisiones erradas en su vida (como por ejemplo según Juan Vicini, no hacer una cooperativa).

Tendencia esta que hace que la gente ni siquiera se cuestione que vivimos en una sociedad de mercado, que vomita a quienes no alcanzan la capacidad cada vez más y más alta del consumo que necesita el capital para crecer. Y los convierte en esos necesarios “daños colaterales” que las fallas del mercado producen. Y como son solo eso, “simples” daños colaterales, no se detiene la maquinaria que produce y reproduce pobreza.

Lo siento Marchena, pero el que una persona pueda consumir poco más de 2,157 kilocalorías al día no me hace “muy feliz”. Y tampoco debería hacer muy feliz a nadie.

Si realmente queremos revolución, si es intención detener la pobreza, llamemos las cosas por su nombre y hablemos de pobres, de ricos, de súper ricos, de evasores, de salarios bajos, de producción de pobreza, de tope de ganancia y de distribución. Abandonar los eufemismos es hoy un deber. Un llamado inaplazable que de no hacerlo, nos seguirá haciendo culpables de más muertes que las que tiene el más implacable de los asesinos en serie que haya podido existir.

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